KEPUWAKI

AUSTRALIA.

óleo y acrílico sobre tabla 40 x 120 centímetros.

Germán Glennie Graue.

ARTISTA PLASTICO


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KEPUWAKI 

"una pequeña leyenda"

por

Germán Glennie Graue. 


Finalmente, después de navegar cabalgando sobre olas iracundas y surcar entre caprichosas o mansas corrientes marinas, siguiendo el viaje de las aves, guiado por cardúmenes de peces multicolores y por decenas de ágiles y veloces rayas juguetonas. ¡Kepuwaki toca tierra! Alcanza las playas de la isla grande, la mítica tierra de Ahitereiria. Hunde por última vez su remo en las aguas del océano y deja que su balsa tímidamente se acerque para acariciar suavemente las vírgenes arenas. Salta a tierra, esconde su canoa o waka hourua entre la maleza y comienza la segunda etapa de su viaje, ¡ahora por tierra!   


Él avanza justo entre los dos puntos del horizonte que marcan el nacimiento del sol y su muerte. La sensación de calor es como una gruesa piel de animal que ahora envuelve su cuerpo y el polvo levantado con cada paso se mezcla con el sudor que lo cubre como una segunda piel. Un abrazo apretado lo ahoga y contrasta con la frescura y humedad que ya hace horas ha dejado a sus espaldas al alejarse de la costa. Kepuwaki camina muy despacio y las marcas dejadas por sus pasos sobre la rojiza tierra prontamente son borradas por el viento rastrero que ahora barre la llanura. Él avanza despacio tal como aprendió de los viejos y, como ha visto hacerlo a su padre, sus tíos y a sus hermanos mayores cuando siguen el rastro de los animales durante la cacería. 


De pronto, delante de él, en la lejanía. Ahí en donde el cielo y la tierra se abrazan, Kepuwaki descubre una ondulante serpiente de dos cabezas que crece cual engendro maldito al devorarlo todo. Pensativo Kepuwaki se dice a sí mismo: Esa es la serpiente de la vida y la muerte, sobre la que cantan y cuentan las leyendas que los viejos nos enseñan. ¡Esa sin dudas es Nakahi!    


Ella, la bestia negra, roja, amarilla aun conociendo la amenaza qué significa la cercanía de Kepuwaki, avanza, despacio, a veces más aprisa, de nuevo lo hace lentamente… con su viperina lengua recoge las señales que el rastrero viento le trae. La enorme y ladina víbora se detiene por un instante, con su negra y ágil lengua recoge las escasas señales y a pesar de que son pequeñísimas, logra descubrir en el aire la presencia del muchacho... Nuevamente se arrastra zigzagueando, va dejando las marcas de su paso sobre la rojiza arena hoy teñida de un negror de muerte.  


Nakahi avanza sobre su vientre largo, flácido preñado de agonía, el enorme reptil avanza reptando sobre su abultado abdomen; atiborrado pues va tragando todo lo que a su paso encuentra. En su implacable avance a través de su pestilente cloaca van saliendo esas pequeñas pero mortales crías que Nakahi va pariendo, pequeñitos reptiles, malditas réplicas idénticas a su infernal progenitora … ellas se dispersan sobre la reseca tierra, mientras en su hambre fratricida se devoran entre sí, tratando todas de crecer y prevalecer sobre sus congéneres. Creciendo y dispersándose en todas direcciones, mientras que con sus pequeñas fauces van engullendo las sobras del festín que Nakahi se va dando. 


Nakahi, se mueve muy despacio, nada le inquieta, nada la perturba, nada la aleja de su cometido. Avanza levantando un polvo gris que de pronto se torna negro ¡ahora rojizo!  Fétido y tóxico como el posterior eructo tras comer carroña. Una peste que se eleva hasta las nubes mientras su cuerpo cruje y de sus dos bocas sale un hedor de muerte, pues al parirse a sí misma una boca vomita todo lo que la otra cabeza ha devorado.  


Nakahi se mueve despacio… y por momentos lo hace con la velocidad del vendaval. Con su ondulante reptar sobre su vientre Nakahi levanta invisibles ráfagas de un calor asfixiante, hacia los cuatro puntos cardinales se dispersa un estertor caliente, un resuello sofocante, asfixiante que penetra hasta el pecho de Kepuwaki quemando sus entrañas. Es el abrazo del espíritu negro nacido de las entrañas de la tierra que Nakahi ha fecundado el que ahora por doquier rodea a Kepuwaki.  


Nakahi, la gran serpiente, lenta e inexorablemente avanza tragando a su paso la creación. Guiada por sus dos cabezas se arrastra engullendo todo. Nakahi avanza hacia sitios diferentes, pues en ella mezclan dos seres independientes que a su vez dan vida a un ser cambiante, multiforme y plural que avanza de forma centrífuga, errática y antagónica, guiados por los bizarros deseos de cada una de sus cabezas. ¡Va devorando todo a su paso! Ambas lenguas recogen del viento las señales. Oteando el aire del este y del oeste, del norte y del sur. Al unísono sus viperinas lenguas perciben todo aquello que les indica el rumbo hacia donde arrastrarse. Así, una cabeza va hacia el sitio en el que nace el sol; mientras que la otra cabeza avanza reptando, deslizándose para devorar el punto en el que habrá de morir el sol. Para engullirlo todo y lograr partir el mundo en dos, dejando una mitad dominada por la luz y la otra en perpetua oscuridad.  


Kepuwaki  observa como Nakahi avanza, hacia él. Se arrastra tornándose difusa, se esconde en el crepúsculo para luego renacer más brillante y veloz junto a la noche. Se trueca en un círculo de luz amarilla y roja que poco a poco le constriñe el pecho, asfixiándolo, robando el aliento a él y a todo ser vivo. Nakahi, con su escamosa piel, brillante, hipnotizadora, seductora como si fuese hecha de llamas danzarinas, se arrastra, aproximándose más y más. Nakahi lo abraza todo, lo envuelve todo… haciendo suyo el deseo de los dioses inferiores de dividir, de separar, de romper, de desgarrar la unidad y crear el día y la noche sobre el mundo. Nakahi morirá cuando ya no exista nada más que devorar y que muy lentamente se devore a sí misma. 


Solo y en medio de este abrazador mar de muerte y destrucción, Kepuwaki comprendió el sentido de su viaje y la trascendencia del sacrificio que estaba a punto de hacer de su propia vida. Ya que solo con esta ofrenda finalmente morirá Nakahi. Pues el más anciano y bondadoso de los dioses… Bunjil abrazará a Kepuwaki y emocionado derramará tantas lágrimas de alegría y estas serán tan gordas y numerosas como estrellas hay en el firmamento. Y cuando estas caigan sobre la rojiza tierra de Ahitereiria y rueden formando arroyos y ríos que fecunden con un nuevo verdor las praderas de la isla grande, plantas, animales y familias humanas convivirán en armonía. 


La Pintura AUSTRALIA y KEPUWAKI "una pequeña leyenda" fueron creados por Germán Glennie Graue. Como un abrazo que intenta aminorar un poco el dolor causado por los incendios ocurridos en Australia en los años 2019-2020. incendios en Australia


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